Un lluvioso viernes de noviembre del año 2030, Maila,
la profesora de Lengua Castellana y Literatura, entró por la puerta del
instituto. Como de costumbre, llevaba en su cartera un dosier que contenía una
selección de las citas de la Historia de la Literatura que más le habían hecho
reflexionar a lo largo de su vida. Siempre había pensado que la mejor manera de
crear un vínculo emocional entre los textos y los estudiantes era elegir, precisamente,
aquellos extractos que habían cambiado su visión del mundo o que habían logrado
conmoverla por algún u otro motivo.
Ese día, tenía clase con 15 alumnos de 4º de la ESO,
pues la Ley de Educación de 2028 había establecido que ese era el máximo número
de discentes que podía haber en un grupo. Había sido difícil, pero, al fin, se
habían dado cuenta de que, de este modo, era mucho más sencillo tener un trato
personalizado con ellos y adaptarse a sus necesidades educativas.
La joven docente miró el reloj con impaciencia,
quedaban 5 minutos para que comenzara la clase, y los profesores de Francés, Valenciano
y Filología Clásica todavía no habían llegado. Tocaba la asignatura de “Lenguas
románicas comparadas” y sabía que no podía empezar hasta que no aparecieran sus
compañeros. Por suerte, no tardaron en llegar. Allí estaban Marguerite, Quim y Homero
(cualquiera diría que estaban predestinados a realizar sus respectivos estudios
desde el día de su nacimiento). Después de saludarse amistosamente, cada uno en
su lengua, entraron en la clase los cuatro a la vez.
Contaban con una hora y media para explicar el temario
de ese día, centrado en la morfología verbal. Los alumnos estaban en asientos
confortables, distribuidos de forma semicircular, como si se tratara de un
teatro grecolatino, hecho que permitía el contacto visual entre ellos, en todo
momento. Su horario era de lunes a viernes, de 08:30 h a 14:30 h. En total, asistían
a tres sesiones de una hora y media, con descansos de media hora entre una
clase y la siguiente.
Maila comenzó a introducir el tema, con una breve
explicación. Entretanto, los alumnos tomaban apuntes en sus ordenadores,
apoyados sobre las mesas. Al mencionar el participio, Homero tomó la palabra y adujo:
“el participio de la mayoría de las lenguas románicas proviene del participio
de presente latino: amans, amantis”. Entretanto, los profesores de Castellano,
Valenciano y Francés escribieron, respectivamente, “amante”, “amant” y “aimant”,
en la pizarra, haciendo ver a los adolescentes la relación etimológica que unía
a todas y cada una de las palabras.
Inequívocamente,
resultaba mucho más sencillo explicar las lenguas de este modo, pues los
estudiantes entendían mucho mejor los conceptos y veían las diferencias y las
similitudes entre las lenguas románicas y su lengua madre, el latín. Obsoleto y
anacrónico había quedado el sistema anterior, en el que las lenguas se
estudiaban de manera independiente, como si no existiera relación alguna entre
ellas. Increíble, ¿Verdad?
Al terminar la clase,
se hizo un descanso de media hora. Acto seguido, Maila fue a buscar a Friedrich,
el profesor de Filosofía, y a Heródoto, el de Historia, pues tocaba la
asignatura de “Pensamiento crítico y estudio de las Humanidades”, en 1º de Bachillerato.
Los tres docentes entraron por la puerta y presentaron el nuevo tema en el que iban
a profundizar: el periodo de entreguerras, marcado filosóficamente por el
existencialismo. Como el lector podrá imaginar, Maila se focalizó en explicar
las vanguardias, una corriente artística y literaria que no podría entenderse sin
el contexto histórico expuesto por Heródoto y la crisis existencial provocada
por la debacle de la Primera Guerra Mundial. De nuevo, la perspectiva transversal
en el estudio de las diferentes disciplinas facilitaba la comprensión para los
estudiantes. Además, este método dinamizaba el ritmo de las sesiones. Quedaban anticuados
aquellos tiempos en los que el contexto histórico, literario, filosófico y
artístico se estudiaban por separado. Por suerte, todo eso había cambiado.
Tardaron cinco años
en rediseñar la estructura curricular, para adaptar las asignaturas a este
nuevo enfoque transversal, pero, finalmente, el esfuerzo invertido dio sus
frutos. Por fin, existía una coordinación entre los distintos departamentos.
Esta cooperación entre el profesorado facilitaba, asimismo, el estudio de los
distintos temas. Por otra parte, el hecho de que solo pudiera haber 15 personas
por grupo y que las asignaturas fueran impartidas por 3 o 4 docentes permitía
un trato mucho más personalizado con los estudiantes, y reducía las cargas de
trabajo a las que estos estaban acostumbrados en el pasado.
Finalmente, cabe
destacar que los exámenes habían desaparecido, pues era absurdo obligar a los discentes
a retener información en sus cabezas, para escribirla en un papel y olvidarla
media hora después. En su lugar, se les evaluaba con trabajos
interdisciplinares, en los que pusieran en práctica su capacidad crítica y
reflexiva. Enseñarles a pensar por sí mismos, esta sería, en última instancia, la
finalidad de este utópico sistema educativo.
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