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dimarts, 12 de maig del 2020

Práctica 9. La Educación en 2030. Maila López Viñas.


Un lluvioso viernes de noviembre del año 2030, Maila, la profesora de Lengua Castellana y Literatura, entró por la puerta del instituto. Como de costumbre, llevaba en su cartera un dosier que contenía una selección de las citas de la Historia de la Literatura que más le habían hecho reflexionar a lo largo de su vida. Siempre había pensado que la mejor manera de crear un vínculo emocional entre los textos y los estudiantes era elegir, precisamente, aquellos extractos que habían cambiado su visión del mundo o que habían logrado conmoverla por algún u otro motivo.
Ese día, tenía clase con 15 alumnos de 4º de la ESO, pues la Ley de Educación de 2028 había establecido que ese era el máximo número de discentes que podía haber en un grupo. Había sido difícil, pero, al fin, se habían dado cuenta de que, de este modo, era mucho más sencillo tener un trato personalizado con ellos y adaptarse a sus necesidades educativas.
La joven docente miró el reloj con impaciencia, quedaban 5 minutos para que comenzara la clase, y los profesores de Francés, Valenciano y Filología Clásica todavía no habían llegado. Tocaba la asignatura de “Lenguas románicas comparadas” y sabía que no podía empezar hasta que no aparecieran sus compañeros. Por suerte, no tardaron en llegar. Allí estaban Marguerite, Quim y Homero (cualquiera diría que estaban predestinados a realizar sus respectivos estudios desde el día de su nacimiento). Después de saludarse amistosamente, cada uno en su lengua, entraron en la clase los cuatro a la vez.  
Contaban con una hora y media para explicar el temario de ese día, centrado en la morfología verbal. Los alumnos estaban en asientos confortables, distribuidos de forma semicircular, como si se tratara de un teatro grecolatino, hecho que permitía el contacto visual entre ellos, en todo momento. Su horario era de lunes a viernes, de 08:30 h a 14:30 h. En total, asistían a tres sesiones de una hora y media, con descansos de media hora entre una clase y la siguiente.
Maila comenzó a introducir el tema, con una breve explicación. Entretanto, los alumnos tomaban apuntes en sus ordenadores, apoyados sobre las mesas. Al mencionar el participio, Homero tomó la palabra y adujo: “el participio de la mayoría de las lenguas románicas proviene del participio de presente latino: amans, amantis”. Entretanto, los profesores de Castellano, Valenciano y Francés escribieron, respectivamente, “amante”, “amant” y “aimant”, en la pizarra, haciendo ver a los adolescentes la relación etimológica que unía a todas y cada una de las palabras.
Inequívocamente, resultaba mucho más sencillo explicar las lenguas de este modo, pues los estudiantes entendían mucho mejor los conceptos y veían las diferencias y las similitudes entre las lenguas románicas y su lengua madre, el latín. Obsoleto y anacrónico había quedado el sistema anterior, en el que las lenguas se estudiaban de manera independiente, como si no existiera relación alguna entre ellas. Increíble, ¿Verdad?
Al terminar la clase, se hizo un descanso de media hora. Acto seguido, Maila fue a buscar a Friedrich, el profesor de Filosofía, y a Heródoto, el de Historia, pues tocaba la asignatura de “Pensamiento crítico y estudio de las Humanidades”, en 1º de Bachillerato. Los tres docentes entraron por la puerta y presentaron el nuevo tema en el que iban a profundizar: el periodo de entreguerras, marcado filosóficamente por el existencialismo. Como el lector podrá imaginar, Maila se focalizó en explicar las vanguardias, una corriente artística y literaria que no podría entenderse sin el contexto histórico expuesto por Heródoto y la crisis existencial provocada por la debacle de la Primera Guerra Mundial. De nuevo, la perspectiva transversal en el estudio de las diferentes disciplinas facilitaba la comprensión para los estudiantes. Además, este método dinamizaba el ritmo de las sesiones. Quedaban anticuados aquellos tiempos en los que el contexto histórico, literario, filosófico y artístico se estudiaban por separado. Por suerte, todo eso había cambiado.
Tardaron cinco años en rediseñar la estructura curricular, para adaptar las asignaturas a este nuevo enfoque transversal, pero, finalmente, el esfuerzo invertido dio sus frutos. Por fin, existía una coordinación entre los distintos departamentos. Esta cooperación entre el profesorado facilitaba, asimismo, el estudio de los distintos temas. Por otra parte, el hecho de que solo pudiera haber 15 personas por grupo y que las asignaturas fueran impartidas por 3 o 4 docentes permitía un trato mucho más personalizado con los estudiantes, y reducía las cargas de trabajo a las que estos estaban acostumbrados en el pasado.
Finalmente, cabe destacar que los exámenes habían desaparecido, pues era absurdo obligar a los discentes a retener información en sus cabezas, para escribirla en un papel y olvidarla media hora después. En su lugar, se les evaluaba con trabajos interdisciplinares, en los que pusieran en práctica su capacidad crítica y reflexiva. Enseñarles a pensar por sí mismos, esta sería, en última instancia, la finalidad de este utópico sistema educativo.

Las Humanidades, ¿para qué? - Cierzo Digital

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