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dissabte, 14 de març del 2020

Autobiobibliografía de una alumna de 4º (Elisa Vera Cabello)



            Alicante rima con guisante. Mi primer guisante me tuvo en vela toda la noche. Yo aún diría más: ¡me tuvo en vela toda la noche! El muérdago –cortado con hoz de oro– sazonó la primera marmita de mi infancia. Cuando era pequeña, en casa de mi abuela siempre había versos fritos para cenar y dos huevos duros. ¿La sopa? ¡Puaj! No podía ni verla. Y eso de comer anguilas me parecía ¡inconcebible! (“siempre usas esa palabra”, me diréis, “aunque no creo que signifique lo que tú crees”). Ahora bien, las primeras tostadas francesas de mi padre, ¿cómo olvidarlas? Por aquel entonces, aún quedaba con Matilda todos los viernes para merendar tortitas, y en los recreos, las rebanadas de pan con mermelada de Alcestes eran la envidia de la pandilla. Yo, en un rincón del patio, devoraba mis grageas y, salvo cuando caía alguna rana de chocolate, miraba aquellas hogazas laminadas con ojos golositos, como el gato a la pastora.

            Con la adolescencia vinieron los tomates verdes fritos y las pipas de girasol que ronchábamos en el parque y que siempre me sabrán a balalaika. En un curioso incidente a medianoche, alguien optó por el güisqui on the rocks y yo por el “¡Póngame lo mismo que a ella!”. En el instituto he aprendido que para legumbres, las del garbancero, y que la olla al hervir borbollonea; he descubierto cuántas lágrimas de cocodrilo puede derramar un canalla por un laurel. Que aquí sólo hay dulcineas y hartas de ajos, por mucho que digan que “qui no té all, té ceba”, escarcha cerrada y pobre. Pero dejemos la filosofía para otro banquete y que no acabe como el de Viridiana, que con la pelea del otro día entre aquellos dos, que acabaron lanzándose besugos y rábanos en cuaderna vía, ya hemos tenido suficiente.

            Pero bueno, por ahora os dejo, que mi madre me manda a lo de Manolito. Lleva unos días pregonando no sé qué de unas nuevas delicatessen que Felipe dice que crujen como los muelles de una cama desvencijada. Susanita soltó que teniendo ella una morcilla que en el asador reviente, para qué va a andarse con “mondongos”. ¡Será papafrita!

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